

Hayao Miyazaki dirige ‘Ponyo en el acantilado’ (‘Gake no ue no Ponyo’, 2008), un film de animación tradicional en el que Sosuke, un niño que vive con su madre en una casa de un acantilado, encuentra a un pez rojo, con cara de niña, a quien pone el nombre de Ponyo. Ponyo tiene poderes mágicos, así que las ancianas del asilo en el que trabaja la madre de Sosuke se alegran de verla, pero una de ellas teme que provoque un tsunami, pues eso presagia la tradición sobre los peces con cara. A pesar de la advertencia, Sosuke decide quedarse con ella.
Dice Miyazaki que el origen de ‘Ponyo’ está en “La dama de Shalott”, una pintura de John William Waterhouse. Quedó tan abrumado por la cantidad de detalles de la obra que sintió que era algo insuperable, por lo que se replanteó todo lo que se estaba haciendo en el legendario estudio Ghibli. Abandonar las últimas tecnologías de animación y volver a dibujar a mano, fue su decisión. Eso sí, Miyazaki pidió un esfuerzo máximo. Movimiento, velocidad y fondos llenos de detalles. Sin límites, sin atajos ni desvíos de ningún tipo. Y vaya sí se nota. Hay numerosas secuencias en la película que dejan sin aliento, y resulta imposible tratar de captar con la mirada todo lo que hay en la pantalla, lo que incluso puede resultar frustrante; la misma sensación que tuvo el cineasta al contemplar la obra de Waterhouse
A diferencia de otras películas del japonés, ‘Ponyo en el acantilado’ sólo tiene la intención de enternecernos y de hacernos disfrutar. Por ese motivo, no presenta conflictos graves, sino que, muy al contrario, el devenir de los hechos se desarrolla sin apenas importunar a los protagonistas, quienes rápidamente encuentran soluciones para lo que está ocurriendo. Todo esto que, en otros film sería una carencia, en la presente es perfectamente válido, pues lo único que queremos mientras vemos la película es ver a Ponyo y sentirnos bien con los maravillosos dibujos que estamos contemplando.
Por este motivo, se trata de una película que gustará a quienes tengan un espíritu capaz de emocionarse con las cosas lindas y de disfrutar como en la niñez. Cuando se dice que un film es infantil o juvenil, se suele hacer alusión a historias tontas, poco trabajadas y con contenido insuficiente, pero en este caso no es para exigir menos en cuanto al argumento para lo que tenemos que retrotraernos a la infancia, sino para ser capaces de vivir en una emoción constante, dejándonos llevar por la preciosidad de Ponyo. Pero esto también significa que es la película de Miyazaki que con más comodidad podrían ver los niños y niñas, pues es la que tiene una progresión de los acontecimientos más ordenada y más clara. Las intenciones del autor de crear nada más que ternura se demuestran sin disimulo en esa canción final semejante a los karaokes que incluyen todas las series de anime. (Pese a que la Caracola, La Ponyo Chilena, la encontró mulein)
Eso no significa que no existan, como en todas las películas de Miyazaki, momentos que nos dejan con el ceño fruncido de extrañeza. Me refiero a esas escenas que de repente parecen inexplicables o que se ven como una salida de tono, y que no muestran ni un atisbo de asombro por parte de los protagonistas. Lo curioso es que la secuencia que más sorprende en este sentido –la escena sobre un bebé lactante y sus padres que aparece en la imagen inferior— fue añadida a posteriori por el autor con la intención de hacer ver que la protagonista era capaz de comportarse en sociedad y de pensar en los demás.
Mantiene Miyazaki esa imaginación desbordada –y en este film el término se aplica incluso literalmente— que suele mostrar en otros films. Los componentes oníricos que siempre le acompañan están aquí presentes creando, de nuevo, sueños más bellos que los que nuestra mente jamás nos pueda proporcionar .(En Latinoamerica se le llamó Realismo Mágico, una escuela de la literatura donde la ficción convive con armonía de mano de la realidad)
Los juegos visuales que le permiten estos despliegues del subconsciente, como la diosa de los mares, las olas creadas con bancos de peces o las hermanitas de Ponyo, son increíblemente arrebatadores. El estilo del dibujo y la suavidad de la animación convencional completan el milagro.


'Ponyo en el acantilado’, en su completa sencillez, atrapa desde el primer fotograma al último, y Miyazaki logra que se den la mano momentos tan portentosos como el de la cabalgada sobre las olas, instante de abierto carácter fantástico en el que la música del genial Joe Hisaishi cobra gran importancia, con otros más íntimos como aquél en el que Ponyo descubre maravillada un hecho tan cotidiano como preparar una comida. Y todo ello, narrado con un excelente ritmo por parte de Miyazaki, al mismo tiempo que no escatima en dar rienda suelta a su imaginación, la que todos los niños poseen, ésa que hace que podamos disfrutar de un film como éste, obra de un niño de 68 años.
Como se ha podido apreciar, esta crítica es una visión encendida y muy poco objetiva sobre una película que me ha emocionado sobremanera. Es posible que los fans de Miyazaki más adultos e intelectuales consideren ‘Ponyo’ una obra inferior a otras más oscuras, pero si yo me quedo únicamente con los sentimientos que me ha producido, tendría que decir que es la mejor, aunque sepa que existen algunas más adultas, rompedoras y susceptibles de ser llamadas obras maestras.
1 comentario:
ponyo es cabezona y muestra los calzones...no, no y no!!
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