9 de enero de 2010

Vigalondo Says: Donde Viven Los Monstruos?

Artículo extraído en su totalidad del blog de N. Vigalondo:Me sorprendo cuando todavía algunos periodistas celebran, como si fuese una conquista reciente, que tal o cual película de animación consiga ser satisfactoria para los niños... y a la vez para los no tan niños. No es sólo que esta afirmación lleve décadas oyéndose con cada estreno de animación de prestigio. Es que, desde el nacimiento del largometraje de animación, la primera misión siempre ha sido la de unir apetencias de hijos y padres (a fin de cuentas, los que pagan la entrada). No sabemos cómo es el cine de animación exclusivo para niños porque no existe: Sería suicida levantar una de estas costosísimas y complejas producciones ignorando a sus padres. Así, las grandes películas de animación infantiles siempre serán coloristas, caricaturescas y trepidantes. Pero también con un mensaje concluyente de fácil interpretación para adultos, con villanos nada ambiguos que reciben su castigo y héroes que aprenden su lección. Y eso es algo que comparte la animación de baja estofa que se salda en los supermercados y las obras maestras de Pixar y Miyazaki.


El curioso debate que ha provocado la película Donde viven los monstruos se centra en si es una película para niños, cuando los elementos más desestabilizadores de la película afectan precisamente al público adulto, que se ha visto en esta película ante demasiadas preguntas sin respuesta clara. Me pregunto si los niños sufren este problema ¿Necesitan acaso respuestas? ¿Se plantean siquiera preguntas? ¿Alguien ha observado las caóticas dinámicas de los juegos infantiles, esa acumulación de situaciones nada hilvanadas en las que la furia se alterna con las risas, los jadeos, los vacíos, una resbalón y un llanto? ¿Acaso la película de Jonze no se parece más a esos universos desordenados que dominan las horas de recreo infantl que las películas con introducción, clímax y mensaje en negrita que tanto confortan a los padres?


No es sólo este el motivo por el que Donde viven los monstruos se ha convertido en una de mis dos películas favoritas este año. Admiro muchísimo cómo rompe el tradicional retrato de la infancia como un punto de partida feliz, o un estado en el que la felicidad es posible. Me gusta que describa la imaginación como un arma de doble filo, no como esa fuerza iluminadora, intrínsecamente positiva que nos han descrito millones de veces. ¿Por qué no dicen en Momo que la mayor parte de las veces que usamos nuestra imaginación de niños algo acaba roto, o alguien acaba sangrando?


Pero lo que más me gusta de esta película es que desafíe su propio modelo, algo cada vez más inusual. Las películas de Spike Jonze, hasta ahora, estaban bendecidas por la escritura de Charlie Kaufman, un constante desafío a las leyes del guión... a base de golpes de efecto de guión. Y el proyecto venía con el pan bajo el brazo al adaptar un material reconocible... por padres y niños. Lejos de acomodarse a ninguna de las expectativas más evidentes que podría generar, Jonze se ha metido en en berenjenal de contar Carretera Perdida desde los celos y la soledad de la niñez. O de retratar el tormento de un niño como Von Trier retrataría el de una mujer en Anticristo. En otras palabras, haciendo una mezcla de retóricas y temas a la que no estamos nada acostumbrados. ¿Es eso un problema? Donde viven los monstruos es una película capaz de generar un sentimiento por el que el cinéfilo medio debería tener más cariño: El desconcierto.

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